(3 de diciembre de 2011)
Se nublaron las sombras frente a tu torso,
Deambularon hechizos entre el tumulto,
El sol navegó, entre las olas, de dorso,
El caballero se suicidó en lo oculto.
Santa campaña de noches en vela,
Huracán del peor mal agüero
Es este que osa naufragar en la estela
Sobre las flechas de aquel arquero,
Que no bastando su primera muerte:
Pidió a los wiccas que le otorgaran la suerte
De resucitar a los sesenta y nueve días,
Tomando como préstamo sus alegrías,
Sus sueños, su más íntimo tesoro:
El recuerdo de su primer decoro.
Así, volvió a ser hueso, carne: hombre.
Cubrió su desnuda piel con cobre,
Plata, oro, pero sobre todo: pasión.
Poseidón le dio escamas, Afrodita: belleza.
Y caminando por los estanques de la desolación
Se encontró con la misma fiera proeza,
Que por mucho la hizo ver menos que nada,
Sin darse cuenta que se confabuló la promesa
Con la más desgraciada de las hadas…
Del caballero no escapó el asombro,
Pues dos estrellas alumbraron su rostro.
Se levantó de entre los escombros
Aquel que no era nadie más que otro…
Esas estrellas corren hasta el infinito,
Lejos de aquel ser resucitado.
Y aunque su sangre sea frio vino tinto,
Su maltrecha alma deja llorando…
De Rey, al ver a Yered después de levantarse de entre las cenizas.
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